¿Por qué Rusia inició la guerra que está acabando con Ucrania?
Parece broma decirlo pero, a juicio de los teóricos del Kremlin, fue en defensa propia.
Esa idea obedece a una mentalidad conspirativa que se ha arraigado por completo en el país, y que ahora parece ser la fuerza motivadora detrás de las decisiones del Kremlin. Y Putin —quien antes mantenía su distancia de las teorías de la conspiración y delegaba su difusión a los medios de comunicación del Estado y a los políticos de segunda— ahora es su principal promotor.
En mayo de 2021, Putin declaró que Occidente “quiere un pedazo de Rusia”, porque “es injusto que Rusia sea la única que posea las riquezas de una región como Siberia”.
Paulatinamente, la OTAN se fue convirtiendo en la peor pesadilla de Putin: sus operaciones militares en Serbia, Irak y Libia han sembrado el temor de que Rusia será el próximo objetivo de la alianza militar.
Por lo tanto, tiene sentido que la OTAN sea la protagonista de algunas de las teorías conspirativas más persistentes del régimen, que encuentran la intervención de la organización en levantamientos populares de todo el mundo. Desde 2014, se han enfocado en Ucrania. Desde la revolución del Maidán en Ucrania ese mismo año, cuando los ucranianos obligaron a dimitir a Viktor Yanukóvich, el mandatario afín a Rusia, Putin y sus subordinados propagaron la idea de que Ucrania se estaba convirtiendo en un Estado títere controlado por Estados Unidos.
Desde que comenzó la guerra, los últimos vestigios de los medios independientes han sido suspendidos y cientos de miles de personas han huido de Rusia. Cualquier crítica contra la guerra puede implicar una sentencia de 15 años de prisión y el título de traidor, alguien que trabaja con malicia a favor de los enemigos occidentales de Rusia. En 2012, una causa penal contra las Pussy Riot, una banda de punk anarquista que critica al régimen, fue el punto de inflexión. El Kremlin se dispuso a retratar a la banda y a sus seguidores como un conjunto de provocadores sexualmente subversivos, cuyo objetivo era destruir la Iglesia ortodoxa rusa y los valores tradicionales. Estas quejas se extendieron a las organizaciones no gubernamentales extranjeras y a los activistas de la comunidad homosexual y transgénero (en la fotografía) que fueron acusados de corromper a los rusos desde la infancia. Al poco tiempo, el alarmismo contra esta comunidad se volvió un elemento fundamental de la política del Kremlin, y la medida tuvo una gran eficacia: en las encuestas de 2020, una quinta parte de los rusos afirmó que quería “eliminar” a las personas homosexuales de la sociedad rusa.