En Pakistán, donde el Estado es una República Islámica, los habitantes tienen que regirse por la religión más que por las leyes. O para decirlo de mejor forma, las leyes civiles son una fiel reproducción de los preceptos de El Corán. Existe un Congreso de Ideología Islámica, encargado de vigilar la correcta traducción de los mandatos de Alá en la legislación, y un tribunal llamado Shariat, que se avoca a lograr su cumplimiento entre toda la población.
Para proteger la pureza de las tradiciones islámicas en la nación, el gobierno de Pakistán suele tomar diferentes medidas. Una de ellas, que resulta poco popular entre la juventud, fue prohibir la celebración del Día de San Valentín, o Día del Amor y la Amistad en todo el mundo. Para las autoridades de Pakistán, en particular el Gran Tribunal de Islamabad -la capital del país- «la celebración del Día de Valentin es contraria a las enseñanzas del Islam, y constituye un signo de la creciente influencia de Occidente.»
En este sentido, las medidas más absurdas que se tomaron fueron la prohibición de la venta de globos de colores, chocolates y flores rojas para las novias, el retiro de propaganda del Día del Amor en los restaurantes, las calcomanías alusivas en los vehículos.
Lo que sucedió con ello fue el florecimiento de un mercado negro. Los vendedores de globos se las arreglaron para vender sus artículos decorados a los novios, los expendios de flores y chocolates abrieron las puertas traseras de sus comercios para satisfacer a sus clientes, los restaurantes ofrecían chocolates a sus parroquianos sin la vigilancia policíaca.
«Esas medidas prohibitivas no funcionan -dijo uno de los novios clandestinos-; es como prohibir el amor entre los ciudadanos.»