El huracán Harvey llegó con furia y dejó a su paso lo que ya se esperaba: muertos, heridos, miles de casas destruidas, automóviles que volaron y se estrellaron en techos, embarcaciones volteadas, helicópteros caídos de cabeza, inundaciones, desabasto, y hasta incendios. Junto a los escombros, cenizas.
Los que pudieron salir, se fueron. Los que vivían en mansiones texanas, se fueron a sus mansiones en otros estados. Pero los que vivían en pequeñas casas de madera, los trabajadores que hicieron sus vidas en labores costeras y los que vivían el sueño americano lavando pisos en las oficinas, pasaron de la noche a la mañana a ser indigentes. Homeless.
Judie McRae, la mujer que aparece en la fotografía, vio que en la víspera del huracán sus vecinos huyeron. Atendiendo al llamado de las autoridades, evacuaron la zona en las inmediaciones de Corpus Christi. Abandonaron sus casas. Pero era gente que tenía el dinero suficiente para escapar, familiares a quien acudir. No era el caso de Judie. Ella trabajaba como mesera en un restaurante, vivía en un tráiler que fue su casa toda su vida, y ganaba el dinero justo para sobrevivir. Siempre sola.
«Jamás pensé vivir algo así», le dijo al reportero de la BBC, y a pesar del terror que le recorrió todo el cuerpo mientras escuchaba el crujir de su tráiler debajo de su cama, se dijo afortunada. Solo se le rompieron dos ventanas, pero la vivienda quedó de pie. Afuera del tráiler, todo era destrucción. «Dios estuvo con nosotros», dijo Judie.
Judie vive en un pequeño poblado al norte de Corpus Christi llamado Rockport. Ahí, la inmensa población es blanca, casi el 90%. La gran mayoría forma parte de la clase trabajadora, y vivía en suburbios de casas de madera. Casi todos votaron por Donald Trump, que prometió visitarlos.