El coronavirus ha traído nuevos temores. Uno de ellos, que no tiene que ver con la pandemia que vive el mundo ni con los sistemas de salud para proteger a los habitantes, se refiere a las certezas del sistema electoral en Estados Unidos. De acuerdo a la constitución de ese país, las próximas elecciones presidenciales deberán celebrarse el 3 de noviembre. Y las calamidades de la actual pandemia no podrán interferir con su ejecución. Sin embargo, más allá de las dificultades provocadas por el coronavirus, la principal preocupación de muchos analistas tiene nombre y apellido: se llama Donald Trump.
Un grupo de académicos y analistas de ambos partidos han planteado la posibilidad de que las elecciones se posterguen por las posibles ocurrencias del presidente actual. Trump puede muy bien declarar el estado de emergencia en ciudades donde la contienda electoral seguramente será muy reñida -como Milwaukee y Detroit-, prohibiendo la apertura de los centros de votación aduciendo cualquier pretexto sanitario; puede retrasar la elección al abrir una investigación criminal contra el candidato del Partido Demócrata, Joe Biden: o bien puede, como ya lo ha demostrado en otras ocasiones, negarse a admitir resultados que no le favorecen, y aferrarse a la Casa Blanca como si fuera su único bote de salvación en medio de una tormenta que amenaza con quitarle la presidencia.
El tiempo de espera se acorta. En los meses que faltan de aquí a noviembre, la capacidad dilatoria de Donald Trump estará puesta a prueba.