Los últimos sucesos en Venezuela presagian una guerra en la que todos perderán. El gobierno de Nicolás Maduro ha impuesto una constitución y una asamblea legislativa fiel a sus caprichos, y acaba de mandar a prisión nuevamente a Leopoldo López y Antonio Ledesma, dos de los líderes opositores más importantes de la nación.
El conflicto venezolano lleva ya más de cuatro meses con enfrentamientos callejeros que arrojan un saldo de 120 muertos y más de 2 mil heridos. Maduro quiere someter a los demás poderes del Estado a sus designios. Con la benevolencia de un dictador del corte de Bashar al Assad, promete paz a sus opositores a cambio de ponerle fin de las protestas callejeras y la aceptación de su gobierno a modo. La oposición, por su parte, quiere la renuncia de Maduro.
Sin que exista una guerra declarada, La población sufre los efectos de cualquier guerra civil: balaceras en las esquinas, desabasto de alimentos y medicinas, secuestros de los opositores, creciente desempleo, emigración forzada, inseguridad y temor.
La situación podría ser semejante a la crucifixión en Siria, salvo con el detalle de que en Venezuela la oposición no está armada, ni controla ciudades o porciones de ciudades. Pero su obstinación de quitar al tirano -llámese Nicolás Maduro o Bashar al Assad- es la misma.
En Siria, las fuerzas del orden se han congregado alrededor de Bashar al Assad. En Venezuela, alrededor de Maduro. El general Vladimir Paulino López, secretario de defensa, ha declarado su fidelidad a Nicolás Maduro. La televisión oficial está de su parte. También los 8 millones de venezolanos que votaron por la constitución de su asamblea.
El corolario de esta comparación es simple. Bashar al Assad sigue y seguirá en el poder en Siria. La hemorragia del país no importa.
Y sin tanto derramamiento de sangre, Maduro seguirá ejerciendo su poder en Venezuela.