Para sorpresa de todos, Michael Moore está en Broadway. Lejos de Hollywood. Lejos de las pantallas y los videos, que constituyen su hábitat natural. Y lejos, muy lejos, de complacer a los críticos. Un hombre de cine que se mete al teatro sin ser actor es un fenómeno incomprensible, algo así como Steven Spielberg vestido de Hamlet. Pero eso a Michael Moore no le importa. Lo que le importa es romper las reglas, experimentar con las audiencias, probarse a sí mismo. Es lo mismo que hizo cuando realizó Bowling for Columbine (Masacre en Columbine), un documental realista y desgarrador sobre el fenómeno de las matanzas que se llevan a cabo en las escuelas para pequeños en Estados Unidos. Su trabajo trata sobre las bases de la violencia en el país más poderoso del orbe, más allá del libre tráfico de armas en todo el territorio y la locura que anida en las cabezas de muchos adolescentes. La cinta ganó el Oscar al mejor documental de 2002, y se llevó también el premio de Cannes. Los dos extremos del cine unidos por el trabajo de un excéntrico.
Ahora Moore debuta en Broadway con una puesta en escena llamada The terms of my surrender (Las condiciones de mi rendición), y los críticos ya la despedazaron. Pero las filas para conseguir boletos en el Belasco Theater de Broadway son cada vez más largas.
En poco más de una hora, Michael Moore gesticula, improvisa, trae a escena varias anécdotas de su vida y, sobre todo, se pregunta hacia dónde va el país con Donald Trump a la cabeza del gobierno. Y aquí cabe señalar que Moore es de los pocos que profetizaron el triunfo de Trump, cuando nadie veía un fenómeno de tal calado en el horizonte.
Parece que nadie sale contento de la obra. Para hacerse publicidad, Moore dice en las entrevistas que su puesta en escena sería el equivalente a presentar una conferencia magistral de Noam Choamsky donde se pone a interpretar a mitad de la plática una canción del musical La novicia rebelde. A nadie le gustaría eso. Pero la genialidad de Moore reside en su tino infalible para desagradar a la gente.