
En Madrid, capital de una nación flagelada por la crisis económica y el desempleo, se abrió un restaurante para indigentes. No se trata de las clásicas casas de asistencia para desempleados, donde cualquiera puede hacer fila y conseguir un plato de sopa servida a destajo, como en las cárceles. No; se trata de un restaurante bien puesto, con manteles largos, copas largas para el agua, un decorado modesto pero con estilo, candeleros con velas para cuando oscurece, platillos diferentes bien servidos y meseros muy serviciales. Para atraer a la clientela, afuera del restaurante hay hermosas jóvenes ataviadas como en el medioevo y tocando sus gaitas.
Los indigentes pueden, incluso, reservar una mesa para cuatro y llevar invitados. Al final, nadie paga, y toda la clientela se despide diciendo buen provecho, señores.
El restaurante se llama Robin Hood, pero su personal no se dedica a robar a los ricos. Es un restaurante que cobra precios regulares durante los desayunos y las comidas, y con esas ganancias puede financiar las cenas gratuitas para los desempleados, indigentes y pordioseros. Su dueño es un sacerdote llamado «El padre Ángel», un octogenario que ha dedicado su vida a ayudar a los miserables. A pesar de su vejez, su energía no palidece. El año pasado tuvo la idea de convertir una iglesia abandonada en el centro de Madrid en un refugio para los que no tienen techo, fundó allí una organización de asistencia llamada «Mensajeros de la paz», y su idea prendió entre diversos voluntarios, que acudieron a prestar sus servicios. Muchos médicos, por supuesto. El flujo de indigentes pronto superó las 500 personas al día, y de ahí surgió la idea de abrir un restaurante para los sin techo.
Ahora el Padre Ángel tiene con su restaurante una cadena. Ha abierto tres sucursales más en España, y tiene la intención de abrir una franquicia en Miami.
Sin duda, en cada nuevo establecimiento, tendrá siempre más clientela que cualquier McDonnald´s.