Para muchos sectores de la población de Estados Unidos, el libre mercado de armas no es un problema. Es más, es un derecho. El derecho de defenderse. O bien, un deporte. Un entretenimiento. Un sano entretenimiento, como a veces se dice.
La Escuela Comunitaria Crosslake, en Minnesota, por ejemplo, organiza a principios de cada primavera un campeonato de tiro para todos sus alumnos de secundaria, y el evento se ha extendido a otros estados. En la actualidad, más de 8 mil estudiantes de 300 escuelas se reúnen en un claro de bosque en el estado para practicar tiro a las palomas. Y no es la única escuela que promueve el tiro. Otra secundaria -llamada la High School Clay-, organizó su propio torneo, y ha sido todo un éxito. En 2015 congregó a 9,245 estudiantes de 317 escuelas de tres estados, y en 2018 la participación se elevó hasta los 21,917 estudiantes de 804 equipos en 20 estados.
Esos campeonatos se han convertido en kermeses de colores, con asistencia de equipos definidos por sus uniformes, puestos de dulces y palomitas, podios para los vencedores, tazas y artículos promocionales de la Asociación Nacional del Rifle, venta de gafas protectoras, orejeras, chalecos holgados con bolsas para los cartuchos y, por supuesto, gorras con el lema de Donald Trump.
La propaganda no se oculta. Barry Thompson, un técnico de equipos médicos con una membresía de la Asociación del Rifle de por vida, se dedica a entrenar a los jóvenes y les dice francamente a sus padres: «hay un motivo adicional en todo esto: estos adolescentes muy pronto van a votar».
Pero también está la otra cara de la moneda. Hay un dato que generalmente se ignora o se oculta en el ámbito del deporte de tiro: Nikolas Cruz, el joven acusado de matar a 17 estudiantes, maestros y miembros del personal de limpieza de la escuela secundaria Marjory Stoneman Douglas en Parkland, Florida, era un miembro entusiasta del equipo de tiro de su escuela. Tal vez, una oveja descarriada.
O tal vez un botón de muestra.