El peso ha caído en todos los rounds de pelea contra el dólar, pero no está técnicamente noqueado. Después de una devaluación fulminante en el último año, donde llegó a cotizarse en 19.50 pesos por dólar, la última semana ganó terreno y se compuso hasta los 18.60 por dólar.
El cuadrilátero de la pelea no le favorece. Hay un contexto internacional que resulta sumamente adverso. Por una parte, los precios del petróleo se desplomaron hasta niveles que pusieron a los países productores en aprietos nunca antes vistos. Por otro lado, la poderosa maquinaria productiva china entró en un periodo de desaceleración, y los vaivenes financieros de Shanghai sacudieron intempestivamente a todas las bolsas del mundo.
Por su parte, el Banco de México inyectó a lo largo del presente año millones de dólares al mercado para tratar de defender al peso, y recientemente anunció un incremento en las tasas de interés, siguiendo la pauta del aumento de dichas tasas en Estados Unidos.
La combinación de factores ha desembocado en una situación atípica. Estábamos acostumbrados a que la devaluación del peso estaba asociada sin remedio al demonio de la inflación, pero en el actual escenario esa dupla no camina en el mismo sendero. Si bien algunos productos han incrementado su precio por encima de los demás -la semana pasada le tocó su turno al kilo de la tortilla-, en términos generales la inflación se ha mantenido controlada.
Los pronósticos para el peso en la presente semana, por primera vez en el año, son para algunas voces positivos. Si la volatilidad internacional adquiere cierta estabilización, y las autoridades del Banco de México siguen dándole aire al pobre peso en su esquina, tal vez siga en la pelea a pesar de sus heridas.