En las películas y las series televisivas de las últimas décadas, el periodista es el héroe de muchas tramas. Es el caballero andante que destruye las mentiras montado en sus investigaciones, el paladín que no teme a los poderosos, el hombre sin mancha empecinado en descubrir la verdad y llegar con ella a sus últimas consecuencias. Desde la película Todos los hombres del presidente hasta Primera plana, los periodistas revelan los cajones escondidos de Watergate, destruyen el enorme poder del presidente de Estados Unidos, sacan a la luz los abusos sexuales de los sacerdotes de Boston.
Ahora se han estrenado dos nuevas series sobre la actuación de los periodistas en los dramas que inundan la realidad y la ficción. Uno se llama Heridas profundas, sobre una torturada periodista que debe investigar la desaparición y muerte de dos adolescentes en un pueblo perdido en los confines del anonimato territorial de Estados Unidos, y El cuarto poder, sobre las investigaciones del diario The New York Times en la época confusa y tormentosa de Donald Trump.
Sin embargo, en ambas series los periodistas empiezan a perder el antiguo lustro de los héroes. No solo aparecen con sus pequeños vicios y traumas personales, sino que la asfixia del contexto los empieza a convertir en víctimas y verdugos.