Generalmente las trabajadoras domésticas no se sublevan. Ganan muy poco, no tienen derechos laborales y están acostumbradas a agachar la cabeza. Consideran su trabajo como una dádiva benevolente de las señoras que las contratan. En ocasiones, viven en las azoteas de las casas de sus patronas. Llegan a formar parte de la familia. Cuando se ganan la confianza de los dueños de la casa, se encargan del cuidado de los infantes. Pero claro, hay diferencias. No duermen en habitaciones propias del núcleo familiar o sus invitados ocasionales. Consumen sus alimentos en otras mesas y en otros horarios. Asisten a otros sanitarios. Todo, con una actitud de resignación y agradecimiento.
Por eso lo que sucedió en la India es atípico. Un tema propio para una telenovela, si el trasfondo no fuese tan explosivo y en cierta medida didáctico para las propias trabajadoras. Resulta que en un conjunto de lujosos departamentos del moderno barrio de Nodia, en las inmediaciones de Nueva Delhi, en la India, una simple disputa entre una ama de casa tradicional y su empleada doméstica produjo un reguero de indignación entre todas las empleadas del condominio, que se amonitaron al más puro estilo bolchevique, gritaron consignas contra las patronas, rompieron cristales de los departamentos, obligaron a la intervención de la policía y pusieron en entredicho las relaciones de subordinación y dominio entre las clases sociales.
El guión de la revuelta se desarrolló así: la señora Harshu Sethi, dueña del departamento, acusó a su empleada Johra Bibi de haber robado 17 mil rupias -$4,770 pesos mexicanos-, por lo cual la encerró en una de sus habitaciones. Desde ahí la empleada avisó a otras compañeras del mismo condominio, y esa fue la mecha que encendió la revuelta. «¡Mataremos a la madam!» era el grito de guerra. La turba rompió los cristales del balcón del departamento, y la policía -minoritaria frente a las domésticas- tardó varias horas en repeler el ataque.
Después del episodio, las señoras amas de casa sudaron frío. Despidieron a sus empleadas y están buscando la manera de sustituir el trabajo doméstico con nuevas tecnologías.
El tema del trabajo doméstico es semejante en todas las esquinas de nuestro planeta. En México -señala José Woldenberg en uno de sus artículos- representaban hace dos años 2.4 millones de personas, el 4.7 por ciento de la población ocupada. Su educación es raquítica. El 35.6 por ciento había cursado la secundaria completa, el 33.6 la primaria completa, y el 23.8 no había concluido la primaria. La inmensa mayoría ganaba menos de dos salarios mínimos (el 32.47% hasta un salario mínimo y 39.64% entre 1 y dos salarios mínimos). Solo el 2.6 por ciento estaban inscritas en el Seguro Social y en el sistema de ahorro para el retiro.
De manera que hay en el horizonte una nueva lucha de clases. Una que no alcanzó a ver Carlos Marx.