La visita del Premio Nobel de Economía Paul Krugman a México estuvo centrada en un tema crucial: la desaparición del Tratado de Libre Comercio. A principios del año, Krugman tenía la confianza de que Donald Trump no liquidaría este año el Tratado, sino que lo mandaría al fondo de sus promesas inclumplidas de campaña. En ese sentido, el fortalecimiento del peso a la mitad del año parecía darle la razón. Sin embargo, los predicamentos de Trump para desmanelar el sistema de salud puesto por Obama y las escaramuzas en el Capitolio lo hicieron voltear hacia un flanco donde podría ganar con mayor facilidad sus batallas: la mesa de negociaciones con México y Canadá. Y Trump se fue al fondo: mandó a sus representantes a sacar de quicio a sus contrapartes, hasta que el gobierno de México empezó a decir que el país era más fuerte que el Tratado. En otras palabras, que había que empezar a buscar la salida.
Después de más de 20 años de existencia, el TLC ha sido una madeja muy enredada de aciertos y desatinos, cuantiosas inversiones y promesas incumplidas. Entre las últimas, destaca la que preveía en México una sociedad igualitaria con mayores empleos y menos pobreza. Las cifras más recientes dicen exactamente lo contrario. México ahora es más desigual y más pobre que hace veinte años. La eliminación de la pobreza no pasa solo por el comercio.
Es cierto que Norteamérica es ahora un territorio de economías complementarias, donde la producción agrícola está especializada y las manufacturas de los tres países se encuentran entrelazadas. En consecuencia, la ruptura del TLC acarrearía la quiebra de muchas empresas, muchos empleos se perderían, los precios de muchos productos se irían al cielo -especialmente los alimentos-, y cientos de empresas tendrían pérdidas millonarias. Pero no sería el fin del mundo. México está buscando ya nuevos mercados. China está mucho más lejos que Estados Unidos, pero tiene un mercado de consumidores que es casi cinco veces superior al de los vecinos del norte. En México, la producción de maíz tendría que multiplicarse para contrarrestar las importaciones de Iowa, y el Estado tendría que probar forzosamente cómo incrementar la productividad. Se abrirían muchos huecos en las importaciones, y por eso los primeros envíos de manzanas argentinas ya están llegando. California se quedaría sin los aguacates de Uruapan, pero no sería difícil encontrar nuevos mercados. Y en términos generales, ese enorme porcentaje del comercio entre México y Estados Unidos que se encuentra fuera del TLC, seguiría su curso.
¿Quién ganaría con el fin del TLC?
Sin duda, Donald Trump. Pero sería una victoria pírrica. No habría más trabajos en Estados Unidos. Ni más ingresos. Ni más desarrollo. Lo único que crecería sería su demagogia.