En la India y Pakistán, dos naciones hermanas y enemigas, la contaminación es exactamente la misma. En Nueva Delhi la semana pasada las escuelas cerraron, y las partículas contaminantes más nocivas -las llamadas PM 2.5, de menos de dos micras- alcanzaron 40 veces más que el límite establecido por la Organización Mundial de la Salud. Respirar el aire de la ciudad equivalía al daño causado por fumar 50 cigarros, y las autoridades declararon el estado de emergencia.
En Pakistán -el vecino incómodo-, la situación no fue diferente. Las escuelas cerraron, los vuelos en el aeropuerto se suspendieron, y los hospitales se llenaron con enfermos de las vías respiratorias.
Cada fin de año sucede en esa parte del mundo el mismo fenómeno. El aire se mantiene frío y estable, y la presión atmosférica ejerce una fuerza semejante a la de una tapadera sobre las llanuras al norte de la India. Los incendios de los cultivos llenan el aire de contaminantes, y los fuegos artificiales de las fiestas de fin de año hacen su parte. Todo eso se añade a la contaminación habitual de los vehículos.
La India aspira sin orgullo a desplazar a China como el país más pobado del orbe, y Pakistán se encuentra entre los 10 con mayor número de habitantes. Eso arroja cifras devastadoras en términos de salud. En la India, hace cinco años, murieron 1.5 millones de personas por problemas relacionados con la contaminación. Cáncer pulmonar, enfisema, asma. Y en 2015 un análisis registró que solamente por la quema de carbón para cocinar alimentos, falleció medio millón de personas. Las vacas, animales sagrados, también están expuestas al daño.
Los focos rojos están encendidos. Si el próximo año se repite el fenómeno, junto con los pulmones que irán a los crematorios deberán rodar las cabezas de los funcionarios encargados de la salud de los habitantes.